VERSUS UN PROYECTO COLECTIVO EN BUSCA DE OTRAS PSICOLOGIAS, investigando teorías y practicas desde la multiplicidad.

La idea de este texto es mostrar como, en un proceso colectivo que partía del desencanto que nos producía la pobre y aburrida enseñanza universitaria de la psicología dominante, hemos esbozado, construido  problemas, problematizaciones entorno a lo que nos interesaba, a las cuestiones que realmente son esenciales para el quehacer psicológico y social que nosotras queremos llevar a cabo. Se nos hacía necesario, por tanto, construir un texto herramienta que (n)os sirviese para empezar a pensar la psicología de otra manera [1]. Las cuestiones que iremos desarrollando en este texto, para la psicología dominante, no sólo no son puestas en cuestión y asumidas, sino que no son abordables desde el marco en el que son pensadas.

En un primer momento nuestras investigaciones han tomado curiosamente al conjunto de las prácticas psicológicas actuales como objeto de estudio y no como mero instrumento a refinar, es decir, antes de llevar a cabo ninguna práctica  hemos reflexionado sobre cuál es la función social de las disciplinas psi [2] y cuáles son los fundamentos teóricos de las corrientes de las que intentamos librarnos cotidianamente y de aquellas que nos pueden ser útiles.  Por tanto pretendemos con esto una “mezcla” de los cuestionamientos teóricos y epistemológicos de la psicología crítica y de los políticos y éticos de la psicología radical, y no un refinamiento de las técnicas o de los métodos dados por psicología institucional.

Tanto socialmente como en el ámbito científico los problemas se presentan ya hechos, centrándonos exclusivamente en la esclavitud de resolver las soluciones dictadas.  Esto obvia que la resolución de un problema  depende de la construcción del mismo, “la verdadera libertad reside en el poder de decisión de la constitución de los problemas mismos” [3]. Queremos mostraros brevemente algunas significaciones comunes, conceptos que hemos elaborado o agenciado en nuestras investigaciones para pensar “nuevos problemas” y esperamos que  para poder ayudar a resolverlos. 

 

Rompiendo el marco-problema.

               La psicología dominante (académica e institucional) nos presenta un modelo en el que la objetividad y la neutralidad  son supuestamente su fundamento esencial.  Se basan  en modelos teóricos que se sustentan únicamente en una Realidad captable, aprensible, sin tener en cuenta las aportaciones de la escuela constructivista que muestran con  rotundidad la imposibilidad de la objetividad, ya que en el objeto que se observa siempre hay parte del observador. O como explica Deleuze [4], cierta forma de mirar lo que puede ser mirable y enunciable en un momento dado, configura, prefigura lo que vemos, lo que puede ser visto, lo que puede ser objeto de saber. Partiendo de la hipótesis objetivista y si aceptamos sus premisas, este “planteamiento del problema”, la discusión se derivaría  hacia el eterno problema: el buen o mal uso de las prácticas técnicas derivadas de los conjuntos teóricos psi, que nos plantea la imposibilidad de acción o cambio real de dichas prácticas, ya que el marco sólo permite el refinamiento, el perfeccionamiento de lo dado y no el cuestionamiento, sólo repetición de lo mismo, nunca diferencia, nada nuevo. O en el caso de una posición menos ingenua la cuestiones se dirigirían  hacia el origen de la demanda de tales prácticas, es decir, a qué intereses sirven esas prácticas psicológicas, (¿esta la psicología al servicio del poder?). No obstante esta visión de entender la cuestión sólo nos plantearía (que nos es poco) el hecho de elegir a quién servimos (a los de abajo o a los de arriba) con la psicología que queremos hacer, pero por otra parte esta visión dialéctica y negativa de lo que hacemos nos lleva a oponernos por identificación  con lo que no queremos hacer, no a hacer algo nuevo, diferente no sólo en contenido sino también en forma. Este tipo de cuestionamiento sigue dentro de la cuestión del buen uso o mal uso de la psicología sin esquivar el carácter normativo y regulador de la psicología. (Por ejemplo de nada sirve intentar hacer una tecnología conductista revolucionaria ya que sus principios teóricos son deterministas, mecanicistas y reduccionistas, y los éticos son totalitarios y disciplinarios)  No es éste nuestro planteamiento, ya que todas las teorías, incluso esas que buscamos, parten de una concepción del mundo, del ser humano, de las relaciones sociales, y de una infinidad de cuestiones que constituyen su singularidad como sistema teórico y práctico y que determinan tanto la elección de su “objeto” de estudio como  la forma de verlo y “hacerlo”, con todas las consecuencias, epistemológicas, éticas, políticas, etc. que esto conlleva. Al romper con este problema ya planteado, otras nuevas preguntas se abren: ¿Cómo influyen estas concepciones en unas futuras prácticas? ¿Cuál es entonces el campo de acción de la psicología? En definitiva, ¿tienen que ver psicología y política? [5].  Esta relación no hace referencia a cómo la política se puede explicar exclusivamente por procesos psicológicos (relación manoseada por la psicología social y de los grupos) sino, cómo la psicología, en todas sus formas, es una forma más de hacer política.

Vamos a intentar hacer un mapa, una cartografía de las diferentes formas de hacer política que tienen las disciplinas psi. Primero, la psicología que facilita en su función social  la extracción de la plusvalía económica de los aparatos capitalistas y las tecnologías de control más sutiles del nuevo ejercicio del poder.

 

Sobre la psicología en los sistemas de producción.

Para poder analizar el papel de la psicología en los sistemas de producción vamos a ver cómo el psicólogo irrumpe en los aparatos productivos y cómo va cambiando su función a la vez que van surgiendo otras nuevas exigidas por las mutaciones de dichos aparatos  productivos.

El sistema de producción fordista se caracterizaba fundamentalmente por la producción en serie, propia de las cadenas de montaje, que, mediante el acoplamiento hombre-máquina (trabajador directo-medios de producción) se hacía posible la fabricación de grandes series de un único producto indiferenciado.  La cadena de montaje viene a relevar a las técnicas tayloristas de medida de tiempos y movimientos puesto la misma organización productiva lleva en sí una distribución espacial, temporal y funcional. 

Así, desde el Taylorismo hasta el Fordismo, la pretensión de la burguesía  es la máxima racionalización del trabajo para hacerlo cada vez más rentable y productivo  (extracción de plusvalía relativa) frente a una clase obrera constituida que impediría los aumentos de la jornada laboral y otras pérdidas de derechos conseguidos. En ambos momentos la figura del psicólogo laboral aparece como un perfecto conocedor de la naturaleza humana, capaz de optimizar el rendimiento laboral y adecuar de forma precisa el obrero a la maquinaria de producción, pero con la diferencia de que el sistema fordista se presenta a sí mismo como racional y necesitando menos cotidianamente la  intervención del psicólogo  para la productividad ya que cada cual presenta implícito su lugar, su tiempo, su función, etc. Esto no quiere decir que el psicólogo (o sucedáneo) no intervenga, sino que realmente su impronta, a la vez que  menos visible, es más constante y determinante ya que es el que diseña en lo concreto dicha organización productiva-racional.

            Las subidas salariales debidas a las luchas obreras y a otros factores, y posibilitadas por una sensación de auge económico que durante la etapa del fordismo se dieron, llevaron a un aumento masivo del consumo, por decirlo así, al consumo como sistema de vida, creando una situación económica de crecimiento que parecía sostenerse por sí misma.  Por otro lado esta situación, a la vez que procuraba crecimiento económico, aseguraba el consenso social, ya que la organización y distribución desigual de la riqueza y la situación alienante de la fábrica eran “soportadas” y “validadas” por la posibilidad real de consecución de bienes materiales.  No obstante este proceso de consumo ilimitado comienza a caer debido a una saturación de los mercados interiores, que luego se hace extensiva al mercado internacional, y se hace necesaria una acción por parte del capital que consistiría en la diferenciación de los  productos.  Como señalamos anteriormente, la maquinaria de la producción fordista era capaz de producir en serie grandes cantidades de mercancías, pero todas idénticas.  Los avances tecnológicos ahora permitían sustituir la maquinaria para poder producir variabilidades múltiples, incluso insignificantes, del producto base.  Pero estos productos no se vendían por sí mismos, es decir, por su valor de uso, sino que necesitaban de una compleja asociación a símbolos que los diferenciasen notablemente unos de otros y fuesen significantes para el mundo de representaciones del consumidor.  Se trata pues de crear un tipo de publicidad que rompa con la anterior, que se limitaba a la mera información reiterativa de las cualidades intrínsecas de los productos, dando lugar a las disciplinas asociadas al marketing propiamente dicho. Aparece aquí la Psicología del Consumo y el Marketing como disciplina científico teórica, pero fundamentalmente práctica como necesidad de legitimación y optimización de tal situación.  Entonces sobre lo que el psicólogo en la organización productiva va a poner el acento no es tanto en la producción de la mercancía como en la creación de significado y afectos vinculados a las mercancías, asociando a felicidad al consumo de dichos valores simbólicos.  

            Los avances tecnológicos a los que hacíamos mención (robotización de la maquinaria para la posible diversificación, informatización de la industria, etc.) producidos por la necesidad del sistema  para su reestructuración y otros cambios que, por sus implicaciones y profundidad, no podemos tratar aquí, van provocando transformaciones en la organización del trabajo en general.  El trabajo material, es decir, el trabajo que produce cosas en sentido estricto mediante herramientas materiales comienza a perder preponderancia.  Este nuevo tipo de organización y funcionamiento requiere de un nuevo tipo de “ajuste”.  Actualmente dichas metamorfosis sociales de los aparatos productivos (no solo de mercancías sino también de subjetividad) han dado protagonismo a la organización posfordista del trabajo que hacen que la comunicación y el saber sean el nervio de la producción social donde podríamos hablar, tendencialmente, de trabajadores como manipuladores de símbolos y productores de subjetividad. En este contexto, los análisis propositivos de Antonio Negri posibilitan nuevos caminos de experimentación emancipadora, ya que  ‘El trabajador hoy, no necesita instrumento de trabajo (capital fijo) puestos a su disposición por el Capital. El capital fijo más importante, el que determina los diferenciales de productividad, se encuentra en el cerebro de la gente, es la máquina herramienta que lleva cada uno consigo mismo’[6],  Aquí, en este marco, el psicólogo será requerido para otras cuestiones  que tienen que ver con facilitar la identificación del trabajador con la empresa, aumentar  la creatividad, la participación, la relación de los trabajadores entre si y con sus superiores,  es decir, aumentar la capacidad productiva de un trabajo esencialmente cooperativo liberado ya de la disciplinización de la fabrica fordista pero aún atrapado por la absorción capitalista. A fin de cuentas el psicólogo lo que  hace aquí es engrasar las relaciones humanas para su “satisfacción” dentro del trabajo,  justificando la figura cada vez más caduca del empresario capitalista e intentar crear tecnologías que identifiquen al trabajador cooperativo con su freno, robando la posibilidad del la cooperación productiva de nuevos valores y nuevas subjetividades no capitalistas.  

            Lo que  produce ya no está sólo en la fábrica.  Como hemos visto, la publicidad, los discursos mediáticos, científicos y de las disciplinas psi invade la sociedad de tal manera que crea identidades, subjetividades, etc. Las relaciones sociales de producción se extienden a toda la sociedad: escuela, ocio, consumo, etc. todo está en función de y para la producción ya que es tan valioso producir mercancías como subjetividad. De modo paradójico la fábrica pierde su lugar hegemónico como espacio de la producción, siendo sustituida por la sociedad entera que se convierte, ella misma, en "máquina compleja". De ahí la idea de fábrica difusa, que supone borrar las fronteras de la fábrica y la sociedad. [7]

 

Y las tecnologías de control más sutiles del nuevo ejercicio del poder.

Después de haber mostrado algunas de las formas de intervención vinculadas directamente  al desarrollo capitalista ahora vamos a tratar de hacer una breve explicación de cómo las disciplinas psi se constituyen como un agente privilegiado en el funcionamiento del nuevo ejercicio del poder.

Cuando nos referimos a estas nuevas formas de ejercicio del poder debemos hacerlo remontándonos a procesos históricos para poder encuadrarlas. Más concretamente al paso de un ejercicio del poder coercitivo-autoritario y arbitrario (represivo y negativo) en el antiguo Régimen, legitimado por la soberanía  del rey, a un poder productivo-manipulativo, (positivo y normalizador) del poder que surge en el marco de las sociedades burguesas con nuevas legitimaciones (ahora más razonables) como son las nuevas ciencias  en auge. Hemos pasado (estamos pasando) de las torturas, las ejecuciones públicas, los electroshocks, el encierro arbitrario de los locos, los vagos, los libertinos y las putas a la reeducación de los presos, las cámaras de vídeo vigilancia, los tests psicológicos, el uso ilimitado de los psicofármacos, la humanización de economía de los castigos y la sofisticación de las tecnologías de control. Para entender estas nuevas formas nos servimos de la concepción del poder de Michel Foucault.

El poder es el nombre que se presta en una relación estratégica en una sociedad dada, es toda relación de lucha que se establece entre fuerzas, por tanto no se ejerce sin resistencia (contrapoder). Lo más importante es que  no actúa por represión (con impedimentos, imposiciones violentas, prohibiciones),sino que actúa por  normalización, vinculando al sujeto y a las poblaciones a la norma [8],  produciendo positivamente sujetos, discursos, saberes, y verdades que penetran como efecto de conjunto todas las prácticas sociales y que se ramifican en una organización en red difusa y reticular, donde también hay nodos (policía, escuela, fabrica, manicomio, cárcel, etc.) que tienden (cada vez más) a disolverse en la totalidad del campo social. Todas estas redes funcionan en un ensamblaje de las estrategias, tácticas, tecnologías y dispositivos del poder. La coherencia del poder no viene dada por “una especie de supersujeto diabólico” sino que viene dada por el ensamblaje de tácticas localizadas y locales que consiguen una momentánea coherencia. Esto se sale de la concepción malévola, consciente y de clarividencia del poder, ya que el sujeto que se convierte en sujeto que efectúa determinadas prácticas del poder, no lleva conscientemente un plan o proyecto  determinado, sino que  utiliza los códigos (medico, psicológico, etc.) y las intenciones subjetivas("llevar la salud a la población, hacer feliz a la gente”, etc.) que importan poca cosa dentro de esta lógica. No hay que pensar en una perversidad, ni ser agentes de... . Si precisamente la cosa funciona, no es “a pesar de que no saben lo que hacen” dichos sujetos de poder, sino precisamente porque no lo saben.. El poder es más poderoso cuanto más sutil e imperceptible.

 

La psicología como engendró de tecnología de poder.

Sirviéndonos de los análisis de Michel Foucault en “Vigilar y Castigar” distinguimos tres tipos de tecnologías políticas que surgen en un momento determinado y con un uso particular que se generalizan en la sociedad actual y  que vemos cómo se entrecruzan, constituyendo  la práctica psicológica.  En primer lugar podemos hablar del modelo  de la lepra que funciona por exclusión, estigmatización y expulsión. División binaria de leprosos y no leprosos.  Al leproso se le rechaza extramuros de la ciudad dejando de ser ciudadano y pasando a formar parte de una “masa amorfa”. El modelo de la lepra como tecnología del poder aspira a una comunidad pura sin marcados, sin leprosos, es decir, sin psicópatas, sin esquizos, sin asociales. El segundo, el de la peste, es un modelo de ejercicio del poder basado en un control minucioso, que identifica, etiqueta, escribe, registra  clasifica y diferencia prescribiendo a cada uno su lugar. Los apestados están en una red meticulosa, individualizada, controlada y vigilada que trata de evitar el “contagio”. Una   lógica individualizante y diferencial que subdivide las especies de la locura, de la anormalidad  y que trata construir, encontrar, reconocer, una identidad, una figura (el predelincuente, la anoréxica...) a la que  prevenir, conocer para poder vigilar y saber enseñarle cuál es su bien, que plan hay de vida ponerle, como hay que curarlo, etc.

            Por último, el Panóptico combina la disciplina y la vigilancia,  el control de la visibilidad, donde todo está expuesto a la mirada e induce al “observado” (ya sea  al estudiante, al trabajador, al loco, etc.) a la generalización de un estado permanente de visibilidad,  donde se es visto pero los sujetos no ven, que garantiza automáticamente el orden, es una interiorización del miedo y del control de ser visto.  La generalización del principio  panóptico responde a un deseo de total visibilidad, es un ideal de transparencia donde no se oculta nada, se ve todo, y de la manera más económica.

Desde esta óptica podemos entender a las sociedades modernas como sociedades panópticas, en el sentido de que ponen por delante la visibilidad.  Se es más visible cuanto más dominado, se vigila generando cada vez más saber sobre el niño, el loco, la mujer, etc.  En este sentido la mirada del guardián de la torre o del policía termina en lo que sus ojos le ponen delante y se queda bastante corta frente a la mirada del clínico, o en nada comparada con la omnivisibilidad que están consiguiendo las ciencias humanas.

Como ya hemos dicho estos modelos son absolutamente complementarios, y podemos observar de qué forma muchas de las prácticas psi funcionan en un entrecruzamiento de dichos modelos, como son los casos del DNI, el examen, el perfil psicológico, el diagnóstico, los tests, el espejo unidireccional, la lista de reforzadores,  etc. Aparecen las disciplinas psi como una gran máquina de intervenciones prácticas que generan saberes los cuales justifican dichas intervenciones.

 

Algunos efectos de las prácticas de las disciplinas psi, algunas problematizaciones.

Queremos  mostrar algunos de los efectos que están teniendo las prácticas discursivas y no discursivas provenientes de las ciencias humanas y disciplinas psi en lo que podríamos denominar nuevo ejercicio del poder. “Vivimos desde el triunfo de la burguesía en el siglo XIX un lento y complejo proceso de individualización, con una  tendencia a la formación de espacios privados, separados de la vida pública, consolidándose la familia monogámica, intensificando el sentimiento de intimidad y pudor. En este proceso se asignó y funcionalizó el espacio doméstico con una reestructuración de espacios sociales, creando barrios para determinados grupos sociales” [9].  Empieza a gestarse y a  consolidarse la figura del “individuo” (encerrado en sí mismo) y la de la sociedad como la suma de éstos, desarrollándose una concepción individualista de las desigualdades sociales.  Se abstrae a los sujetos de los condicionantes sociales del medio en que viven para hacer que triunfen  concepciones ideológicas que defienden que cada uno es el único responsable de sí mismo, de sus fracasos, éxitos y de su posición social, pasando a un plano secundario los conflictos sociales entre clases y grupos sociales. Ésta es una nueva estrategia del poder, que más que reprimir a las masas tenderá a fragmentar, gestionar, asistir e individualizar a los grupos y a los problemas  sociales. La Psicología toma aquí un papel fundamental como una nueva forma de gestión silenciosa de los antagonismos sociales, que funciona bajo el fondo de la desintegración de los vínculos comunitarios,  con un lenguaje “liberador”, unos ideales filantrópicos-altruistas, y  bajo el amparo y legitimación de la “verdad científica, objetiva y neutra”. Una nueva forma individualizante se gesta mediante la psicologización de las problemáticas sociales, entendiendo por tal la atribución de causas psicológicas [10] a problemáticas sociales, que derivan de la vida social.  En esta progresiva desintegración de lo social se tiende a  reducir los conflictos a la fragilidad del individuo. A fin de cuentas es menos rentable atajar los problemas sociales como el paro, la precariedad, la pobreza, la exclusión, la alienación o el desencuentro social, que crear tecnologías codificadoras que culpen a los sujetos diagnosticándolos de depresivos, esquizofrénicos, asociales, o intervenir para mejorar el estrés, la insatisfacción laboral, etc.

            Otra cuestión es la función reguladora, normalizadora de las ciencias humanas y las disciplinas psi, que responde a la necesidad de prevenir en pos del progreso social, de cuidar el futuro de las poblaciones y de la sociedad.  Hay que disminuir riesgos, educar a las poblaciones para hacerlas más funcionales y nada mejor para eso que construir un enorme aparato de poder-verdad que  produzca determinadas “montañas” de discursividad reguladora de las conductas.  Estos aparatos médicos-psicológicos tienen unos principios imperialistas, anexionistas, ya que están en una continua lucha corporativa por hacerse con determinadas cuotas de población y espacios de intervención, es decir,  siempre hay más enfermos que curar, más enfermedades a descubrir y más espacios a psicologizar.  Así, desde la caída del Antiguo Régimen  monárquico, como muestra Robert Castel en su obra  “El orden psiquiátrico”, primero el alienismo y más tarde la medicina mental, social y organicista, se está consiguiendo una imparable extensión de sus códigos, lugares de intervención y por tanto, de su poder regulador.  Los códigos médico-psicológicos lo atraviesan todo regulando, codificando las conductas, diciendo, induciendo, mostrando cómo se debe vivir, qué debemos consumir, qué tipo de vida o de hábitos debemos tener.  También más rígidamente nos advierte sobre qué no debemos hacer, qué conductas son las propias de los enfermos mentales, la de los psicópatas, la de los predelincuentes, es decir, qué conductas son admisibles por los códigos médicos-psicológicos, y cuáles deberán ser curadas y tuteladas.  Todo esto se une a un cambio  que se ha venido dando desde la 2ª Guerra Mundial hasta aquí, y es el paso del derecho a la salud al imperativo de salud, a la obligatoriedad moral de estar sano, ser joven, guapo, estar en forma, etc., con lo que se llega a una especie de demanda absoluta e infinita de  salud  como un bien máximo.  Se induce un camino progresivo de idealización de la Salud que llevará a pensar como enfermedad a cualquier desviación de la normalidad  estadística. Vivimos por tanto, en una sociedad omnimedicalizada, es decir, una sociedad que nos hace pensarnos a nosotros mismos en términos médicos-psicológicos (no estoy triste, sino que estoy deprimido por lo que ya no soy una persona sana: tengo que curarme), constituyéndonos en objeto de la medicina y la psicología.  En un primer momento el único tutelable, tratable, curable, etc. era el loco, ahora lo somos todos.

             Por otra parte los incipientes y arrogantes “descubrimientos” de la psiquiatría biológica y sus disciplinas afines, en estos momentos de mayor triunfo del organicismo, tratan de poner el acento en los “supuestos” determinantes biológicos de la existencia humana,  llegando a una naturalización biologizante que muestra  al sujeto fuera de cualquier consideración social, o cuando se trata al contexto de éste, se hace reduciendo a “cuatro variables“ la complejidad de los diferentes sistemas que interaccionan entre sí.  Así, se está constituyendo la concepción de un sujeto fijo, ahistórico, que justificará no sólo el status quo imperante sino también consideraciones biologicistas de corte determinista. Por parte de todos estos saberes se está intentando demostrar a toda costa  que tanto los “rasgos de personalidad” como las “enfermedades mentales” [11] necesitan de una predisposición genética que condena a priori al sujeto, justificando así las represiones sociales que darán lugar a cierto tipo de sufrimientos. Con esta biologización de todos los aspectos de la vida, ya tenemos un sujeto natural, que puede equipararse al normal que marca el  baremo estadístico.  Todo lo que se desvíe de esta prefiguración sumamente artificial, puede ser tratado en términos de patología, necesariamente curable, etc.  Así vemos la gran cantidad de nuevas enfermedades a modificar por los psicólogos (o a medicar por los psiquiatras) que están surgiendo y  que consisten en una ligera desviación de la “conducta normal”,  es decir, en una patologización de la diferencia.  Nuestra visión se acerca a una posición que podíamos llamar antiesencialista, en la que el ser humano no puede ser pensado fuera de unas coordenadas históricas, políticas, culturales, etc. que lo constituyen aunque sin determinarlo totalmente.  Por tanto no es reductible a un estudio  aislado de un contexto social, con sus respectivas formas de subjetivación, sus formas de poder, semióticas o de producción, ya que esto reduciría al sujeto a ser un objeto puramente biológico en el sentido más corto y caduco del término.

            Teniendo en cuenta todas estas reflexiones queremos tratar de mostrar un problema en auge y silenciado: el uso indiscriminado de psicofármacos. 

            Hemos preferido tratar esta cuestión dejando otras, como el uso del electroshock, la lobotomía y demás técnicas (explícitamente) violentas no porque no las denunciemos sino porque aunque se siguen practicando, están en claro proceso de deslegitimación.  Sin embargo el problema de la psicofarmacología y la enfermedad mental gozan hoy en día de total legitimidad y, excepto por algunas voces críticas, su uso indiscriminado no está cuestionado.  El cóctel imparable que forman la asunción de la enfermedad mental como un trastorno orgánico-biológico, la medicación psicofarmacológica como ”el remedio” a dichas enfermedades, la generalización del uso de estos psicofármacos a toda la población (usos cosméticos de los fármacos), más la fuerza adquirida por las industrias farmacológicas a la hora de imponer ciertas investigaciones para justificar el uso de determinados medicamentos en ciertas enfermedades ya “descubiertas”, nos llevan a una situación compleja y esperpéntica.  Por un lado en la vida social, debido al aumento de los grados de malestar referidos a la sabida fragmentación y desintegración de los tejidos sociales, se está imponiendo el uso desmesurado de los psicofármacos para justificar determinados ritmos de vida. La inducción por los órdenes médicos más el imperativo de salud interiorizado por las poblaciones está llevando a que mucha gente pretenda solucionar los problemas de la vida cotidiana mediante las llamadas “píldoras de la felicidad”. “Todos esos quejicas que quieren cambiar la calidad de sus vidas sin cambiar ninguna de sus circunstancias, esos individuos perezosos que sin examen de sus vidas quieren que la felicidad se les aparezca, esa colección que quieren libertad en una píldora que les evite romper con las cadenas de una horrible cotidianidad” [12].  Por otro lado en los centros de agudos y crónicos, a partir de que la enfermedad mental es algo biológico, se ha reducido la “terapia” a la administración continua de psicofármacos, que, por otra parte, en la mayoría de los casos impiden la posibilidad de reestructuración de la experiencia del sujeto al privarlos de la palabra y al negar el sentido de la experiencia a la vez que negar las circunstancias vitales que han llevado al sujeto a esa posición de jaque mate. Aquí la distinción griega entre “Zoe”, que sería la vida desnuda, natural, del cuerpo deshabitado, y “Bios”, como la vida que tiene sentido para cada cual, la vida de cada uno, nos sirve para esbozar este problema. Ya que son dos vidas superpuestas correspondientes a dos sujetos que son a la vez el mismo y a la vez diferentes. La cuestión se juega en la medida en que una vida (Zoe, la vida genérica, de la especie) se pone absolutamente por delante de la otra vida, de la de cada cual (Bios). Hasta qué punto tiene sentido matar la vida de cada cual (bios) para salvar la vida (zoe). ¿Es zoe vida digna sin bios o es sólo la muerte en vida? ¿Hasta dónde deben llegar las intervenciones médico-psiquiátricas en su pretensión sin límites de salvar a zoe cueste lo cueste, por todos los medios, incluso aunque se viole, se anule a la vida de cada uno, lo que da cierto sentido a la existencia particular? . Todo esto no nos hace estar en contra de cualquier utilización de los psicofármacos sino que creemos que debemos empezar a cuestionar sus usos y los principios que lo sustentan.       

 

En busca de alternativas .

Desde todas estas problematizaciones que  hemos ido esbozando someramente, pensamos nuestros posibles quehaceres sin que la crítica feroz a la complicidad con el poder de gran parte de las prácticas psi deba paralizarnos en la búsqueda y construcción de otras “psicologías” que no reproduzcan todo aquello que denunciamos y nos aburre. Todo esto no nos pone en  situación de abandonar toda posibilidad de hacer algún tipo de práctica psicológica-social, o como algunas de  nosotras preferimos llamarla “micropolítica de la subjetividad”, sino que nos lleva a ser más prudentes evitando desde las visiones normalizadoras, disciplinarias, humanizantes, individualistas, dogmáticas, esencialistas, capitalistas, hasta las mecanicistas, deterministas, familiaristas, etiquetadoras, fisicalistas, etc. 

Seguimos pensando que existen unos “problemas” que pueden ser trabajados pero queremos evitar tanto perspectivas psicologizantes como visiones reduccionistas o estructuralistas de la política. [13] No podemos olvidar que los problemas provienen de unas estructuras y relaciones sociales, por tanto no podemos dejar de cuestionar y  romper las lógicas del sometimiento social, luchando por una transformación global del estado de las cosas. Sin embargo tampoco debemos obviar que los diferentes tipos de represión y normalización social van siendo en mayor o menor medida interiorizadas por los sujetos, cristalizando nudos, quistes, coagulaciones, fragmentos incrustados de represión que van constituyendo la combinatoria de la que se compone nuestra subjetividad. Lo que es exterior (el afuera, lo social) se convierte en un interior (adentro, el sujeto como pliegue de lo social) con unas significaciones, subjetivaciones y una organización del cuerpo que hay que ir deconstruyendo para volver a reconstruir aligerada de todas las identificaciones, de la culpa, del nudo de la ley y el deseo que nos fabrican,  de las mistificaciones, las situaciones doblevinculantes, etc.

Para entender en qué consiste este trabajo de la micropolítica de la subjetividad vamos a intentar explicar mínimamente qué entendemos por sujeto y cómo se produce. Nosotras pensamos al sujeto como resultado de un proceso de producción, el resto que produce una determinada maquinaria social o como dice Foucault “el individuo es un efecto del poder”, por tanto resultado de procesos de subjetivación que le van inscribiendo, organizando dentro de un determinado marco con unas reglas preestablecidas. Un sujeto subjetivado que a la vez es productor y productivo. Al sujeto se lo va organizando en un cuerpo social determinado adosándole pedazos, códigos, flujos, construyéndolo como el deseo del Otro, como una pieza funcional a un sistema productivo. Esta enfermedad social de la subjetividad ( que nada tiene que ver con la concepción orgánica-médica de la enfermedad mental), es un sufrimiento social que desde esta visión serían todos esos códigos que te han ido poniendo  para inscribirte en un determinado lugar de producción social y familiar. Es un proceso complejo y múltiple que irá configurando “nuestra” subjetividad, “nuestra individualidad y singularidad” a modo de “collage”. Nuestra existencia está llena de instantes, acontecimientos, que tienen para nosotros determinados grados de intensidad  que nos subjetivizan, que constituyen determinada combinatoria donde funcionan muchos elementos que se mezclan; la culpa que genera determinada creencia, la identificación con tal figura paterna, la antiproductividad de determinados bloqueos, la sumisión a la autoridad, la negación de los propios deseos, la máquina narcisista que intenta apropiarse todo, el despotismo del señor feudal, pedazos de la historia, de su historia que le producen determinado malestar. Todo esto es desde nuestra visión de la problemática de la subjetividad la introyección-interiorización de las represiones provenientes de la enfermedad de lo social, del capitalismo y de los restos de las otras formaciones históricas precedentes que siguen funcionando. Pensamos por tanto que el trabajo “psicológico” puede ir encaminado a ir descubriendo con el paciente las opresiones que ha sufrido a lo largo de su vida, destapando las mistificaciones (engaños sobre la opresión que el sujeto termina aceptando)[14] o generando con el cliente tramas narrativas que le posibiliten construir discursos alternativos a los que generan el problema que pondrán en marcha  trayectos de acción,  o como dicen Deleuze y Guattari en el “Antiedipo” en su planteamiento, parte de lo que habría que hacer es “destruir, destruir: la tarea del esquizoanálisis es toda una limpieza o raspado del inconsciente. Destruir a Edipo, la ilusión del yo, el fantoche del super-yo, la culpabilidad, la ley, la castración”.  Como decíamos antes,  hacer un trabajo deconstructivo de la subjetividad para alterar la combinatoria limpiando todas estas inteorizaciones de las represiones. Cómo hacer esto es la tarea práctica de mayor importancia que está todavía por  construir, aunque ya disponemos de muchas experiencias ejemplares  en el trabajo que las diferentes vertientes antipsiquiátricas han realizado, y que por muchos motivos no podemos tratar aquí.  

            Se trata de producir otras subjetividades no uniformantes, ni totalizantes, de destrabar el inconsciente edípico para convertirlo en un inconsciente productivo, ético y deseante que  abra los puentes de conexión para que el sujeto pueda autoorganizar su experiencia y su existencia. No se trata de resolver un conflicto imaginario,  individual  sin intentar cambiar la totalidad de formas de producción social (económica, de subjetividad, de afectos, de singularidades), se trata de producir posibilidades reales de existencia ya que “no habrá cambio social sin que los hombres se liberen palmo a palmo de la lógica que reina en los espacios en los que opera su dominación socio-política de la que es parte fundamental su dominación corporal y psicológica” [15], sin generar espacios y procesos de libertad que produzcan otras formas de producción de subjetividad colectiva. Pensamos por tanto la cura como la puesta en marcha de procesos micropolíticos revolucionarios, pero no porque le impongan al sujeto que tiene que hacer la revolución, sino porque el ir destrabando todo lo que le imposibilita vivir en relación a sus deseos para producir siempre otras subjetividades y por tanto otras realidades.

 

Trabajo “político”. [16]  

            Además de plantearnos la posibilidad, la necesidad de hacer esta trabajo “psicológico” creemos  imprescindible trabajar desde y con los movimientos sociales  con la intención de extender la autoorganización social y crear redes alternativas en lo terapéutico y en lo social. Partimos de la necesidad de poner la Psicología al servicio de los de abajo, de la libertad más subversiva, del deseo más revolucionario.  Crear otras psicologías que escapen de la captura mayoritaria, de los sueños totalizadores de la Ciencia, de las practicas coercitivas, que  nazcan  de sus alianzas y complicidades con la investigación filosófica y política, sin modelos acabados y con intenciones siempre prácticas. Unas psicologías críticas en cuanto al cuestionamiento directo de las formas de conocimiento de las psicologías dominantes  y radicales en cuanto a su complicidad directa o indirecta con movimientos revolucionarios. Generar otros procesos personales y colectivos para crear otras formas de pensamiento, de sensibilidad, de existencia. Una búsqueda que implica un cuestionamiento crítico del propio grupo que se difumina y diluye para abrirse a otras inquietudes y subjetividades y no cerrarse sobre sí mismo como un grupo identitario. Utilizando como una caja de herramientas a las diferentes teorías, experiencias y autores sin pretender crear un saber instituido que nos impida la investigación, el cambio y la experimentación.

                                                                                          



[1] Con esto queremos salir del paradigma de la búsqueda de la “Verdad” preexistente para introducirnos en la producción del sentido y la “producción de verdades” no totalizantes. 

[2] Con disciplinas psi, nos referimos a la psicología, psiquiatría, psicopedagogía, etc.  

[3] Gilles Deleuze, El Bergsonismo, Ed. Cátedra, 1996 Pág. 11 

[4] Gilles Deleuze, Foucault, Ed. Piados, 1986. 

[5] Esta última pregunta que pretende resumir las anteriores, puede parecer inconexa si atendemos al sentido que se le da a política en la sociedad actual: “aquello que hacen los políticos”. Nosotros nos acercamos más a entender la política como la forma en que se producen las relaciones sociales en su totalidad en una sociedad dada, o como decía David Cooper, “todo aquello que influye en lo micro y en lo macro”, es decir, todo es político.

[6] Negri, A, El Exilio, Ed. El Viejo Topo, Pág. 33

[7] Domínguez Sánchez, M, Obrero masa - Obrero Social, Diccionario Crítico de Ciencias Sociales en http://www.ucm.es/info/eurotheo/terminog.htm

[8] Las normas son códigos médicos, psicológicos, sexológicos, sociológicos, etc. de los que los sujetos no deben salirse, desviarse.  Nuestra sociedad es una sociedad de normalización donde se entrecruzan la norma disciplinaria (normativa) la norma aplicada al individuo como cuerpo máquina rentable, y la norma reguladora (mayoría) de los procesos de vida en el interior da las poblaciones. Se trata de un poder normalizador que ha tomado a su cargo el cuerpo y la vida, con un discurso específico que no es el del derecho, ni el de la ley, sino el de las ciencias humanas con un saber clínico de fondo.

[9] Álvarez-Uría, F. y Varela, J., Las redes de la psicología, Ed. Libertarias/Prodhufi Pág. 11, 12

[10] Entendiendo tales como causas primigenias, interiores, no consecuencias de las relaciones sociales y de sus actuales desigualdades.

[11] La enfermedad mental es un término que nos lleva a una reflexión mucho mas compleja y extensa que puede tener lugar aquí. Lo que esta claro es que es un termino peligroso por ser médico y mostrar como el sufrimiento del problema pareciera provenir endógenamente de un desequilibrio bioquímico o anatómico.

[12] Rendueles, G, Qué son, es decir, cómo se usan los psicofármacos.  El rayo que no cesa Nº2

[13] Nos referimos a posiciones que subestiman la posibilidad de trabajar la subjetividad de la gente dando exclusiva importancia a la lucha económica de socialización de los medios de producción y política en cuanto  a generar  las condiciones para la ansiada y finalista toma del poder. Negamos que una dimensión (la económica) determine exclusivamente todas las demás, es mucho más complejo que eso Las estructuras sociales determinan en cierta medida las relaciones sociales y la producción de subjetividad pero claro esta que también esta influencia se da al contrario

[14] Godino, M.A. y  Garrido, V., Introducción a la Psiquiatría Radical, Lapsus nº 1

[15] Álvarez-Uría, F. y Varela, J. Las redes de la psicología, Ed Libertarias/Prodhufi Pág. 172

[16] No es cierto, no obstante, que lo planteado anteriormente no sea un trabajo político (incluso la redacción de este texto es un trabajo político), pero son claramente distintos.  La necesidad de que todos estos trabajos se conjuguen se hace hoy en día cada vez más evidente.

 

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